Noticias del Ateneo

24-05-2016 | Bodegas | 0 Comentarios

Bodegas Arfe, quince años esperando este momento

Para llegar a bodegas Arfe hay que subir a lo más alto. A lo más alto del marinero, gran descubrimiento, barrio de San Miguel, el antiguo y medieval arrabal de Jerez. El camino hacia la bodega fascina en la misma medida en que lo hace la compleja fachada de la iglesia de San Miguel, y se torna expectante cuando tomamos hacia arriba la calle Molino de Viento. Allí, en el número 12, nos espera Luis Arroyo para contarnos una historia, que en realidad son varias. Saber contar historias es importante. Y los objetos con historia, lo sabemos, poseen valor añadido. El casco de bodega que compró Luis, a finales del XX, en el comienzo de su personal historia de proyecto bodeguero, a largo plazo y pleno de entusiasmo, tiene a su vez una historia que se adentra siglos atrás, que le dio mayor atractivo aún, y que se remonta al XVII, como mínimo.

Ya en el interior de la bodega, nos congrega Luis en torno a una cruz. Una cruz del mar. Cruz  de 1767, con un poder simbólico extraordinario. Tan extraordinario que cautivó a Luis desde el primer momento, que veía en esa cruz una relación directa con sus orígenes en Cádiz, y la fehaciente demostración del excepcional carácter marinero del barrio. Compró el casco de bodega en parte por esa cruz. Y en la etiqueta de sus botellas está.

Luis, a finales del XX, tenía en la cabeza crear un proyecto bodeguero moderno, innovador, valiente, asociado a otra cruz, también con gran potencia simbólica: la cruz de la tiza sobre la bota que marca y decide y sentencia, que esa bota está criando palo cortado. Palo cortado, el gran misterio, el vino asociado hasta ahora al azar, a una combinación de factores algo aleatorios que daban a luz algo único, sin apenas saber el cómo. Nada hay bello sin el azar, es el título del bello libro sobre pintura de Artur Ramón. Pero no es el caso. El proyecto de Luis fue bello y muy pensado desde el comienzo. Seleccionó los mostos más adecuados a su proyecto, en los pagos de Chipiona, para conducirlos a la crianza oxidativa del palo cortado. Utilizó la cromatografía de gases para seguir su evolución. Y es bello ahora, en que se ha hecho realidad el vino que él quería crear: en sus seis mil botellas, en su marca De la Cruz 1767, en el  diseño de la botella y de la etiqueta, en el mensaje que su proyecto transmite.  Doscientas botas cuidadas con mimo a lo largo de quince años, en el silencio de esta coqueta bodega, hasta criar un palo cortado entre 18 y 22 grados, redondo, fresco, completo. Vino que, en copa, deja una clara lágrima, una ola en la bajamar, debido a su glicerina, la propia de una crianza totalmente oxidativa. El proyecto es bello también en premios y reconocimientos.

Nos lo explicó bien, junto a sus generosos amigos. Le hicimos caso, y nos bebimos las botellas completas, comiendo, charlando…y se nos inundamos de palo cortado, asombro y admiración. Y como rezaba, con buen tino, el manuscrito en tiza sobre una bota, quedamos, como no podía ser de otra manera, muy, muy, agradecidos.

Bello proyecto deseado, con el azar justo y necesario. Hecho realidad solo al cabo de los años, de quince años. Quince años de silencio, reposo, espera y selección, arriba del barrio de San Miguel. El tiempo y el conocimiento, de nuevo, haciendo de las suyas. Enhorabuena.